miércoles, 4 de noviembre de 2009

Madurar gracias al amor


Así como los rayos del sol hacen que la semilla se mueva dentro de su cáscara, la energía radiante del amor penetra la fachada de nuestro falso yo, y hace que broten recursos escondidos dentro de nosotros. Su calidez nos despabila y hace que queramos desperezarnos, desenroscarnos, abrirnos y buscar la luz. Nos invita a deshacer lentamente nuestra caparazón protectora, esa personalidad-cáscara que envuelve la semilla potencial de todo lo que podríamos llegar a ser.


Claro que este impulso expansivo, al mismo tiempo, activa nuestros más temidos demonios, las voces que nos llaman a quedarnos cómodamente instalados tras los muros de nuestras defensas más conocidas y automáticas. Como si esto fuera poco, lo que opera es una lógica tal que: Cuanto más brillante es la radiación del amor, más oscuras son las sombras que encontramos; cuanto más sentimos que la vida se mueve en nuestro interior, también sentimos con más intensidad nuestros lugares muertos; cuanto más conscientes nos volvemos, más claramente percibimos donde todavía permanecemos inconscientes. Pero nada de todo esto debería desalentarnos. Al afrontar nuestra oscuridad, sacamos a la luz partes olvidadas de nuestro ser. Al reconocer con exactitud dónde hemos sido inconscientes, nos volvemos más conscientes. Y al ver y sentir las maneras en que nos hemos ido muriendo, empezamos a revivir y despertar nuestro deseo de vivir más expansivamente.





El verdadero amor siempre exige una gran audacia. A pesar de que nos agradaría pensar en el amor sólo en términos de la luz que proporciona a nuestra vida, si no estamos también dispuestos a vernoslas con la oscuridad que esa misma luz pone en evidencia, nuestra alma se pierde la oportunidad de desplegarse y madurar. Intentar por todos los medios evitar esta tensión polar que reside en el núcleo de nuestra naturaleza-entre luz y sombra, expansión y contracción- sólo nos empobrece y nos debilita.

La conciencia nacida del amor es la única fuerza que puede ofrecernos curación y renovación. Gracias a ese amor que nos enciende otra persona, nos volvemos más dispuestos a permitir que nuestras antiguas identidades se marchiten y se desprendan, y entren en una noche oscura del alma, para que, una vez más, podamos estar desnudos en presencia del gran misterio que se encuentra en el núcleo de nuestro ser. Así es como el amor nos hace madurar: calentándonos desde adentro, alentándonos a salir de nuestro caparazón e iluminando el camino a través del oscuro pasaje hacia un nuevo nacimiento.

Reflexiones extraídas de "Amar y despertar" de John Welwood