lunes, 19 de septiembre de 2011

Salud, enfermedad y árbol genealógico.


"Para sanar una enfermedad no podemos limitarnos sólo a lo científico. La mirada de un artista equilibra la de un médico, capaz de comprender los problemas biológicos pero que carece de las técnicas necesarias para detectar los valores sublimes sepultados en cada individuo. 
Para que sane, es necesario que el paciente sea lo que en verdad es y se libere de la identidad adquirida: lo que los otros han querido que sea.
Toda enfermedad proviene de una orden que hemos recibido en la infancia obligándonos  a realizar lo que no queremos y una prohibición que nos obliga a no ser lo que en realidad somos. El mal, la depresión, los temores resultan de una falta de conciencia, de un olvido de la belleza, de una tiranía familiar, del peso de un mundo con tradiciones y religiones obsoletas.
Para sanar a un paciente, o sea ayudarlo a convertirse en lo que en verdad es, se le ha de hacer consciente de que no es un individuo aislado sino el fruto de al menos cuatro generaciones de ancestros. Es imposible conocernos a nosotros mismos si no conocemos el legado material y espiritual de nuestro árbol genealógico.

Extraído de "Metagenealogía" de Alejandro Jodorowsky

jueves, 1 de septiembre de 2011

Palabras de amor para momentos de tristeza


Como papás a la mayoría nos cuesta hacernos cargo de nuestras propias emociones. Especialmente aquellas que por alguna razón hemos decido que nos son "buenas" y que, por todos los medios, tratamos de mantener a raya desde la conciencia.
Para algunos será la ira, el enojo o la alegría desbordante, pero, culturalmente, una de las emociones que más nos cuesta aceptar es la tristeza. Y cuando tenemos niños en casa, el mundo emocional está todo el tiempo haciéndonos primeros planos, poniéndonos en foco con lo real, aquello que verdaderamente nos atraviesa el cuerpo y brota de nuestro corazón, desafiando sistemáticamente todo freno proveniente de nuestra mente racional.

Este texto de Laura Gutman, una de mis maestras, me llegó "oportunamente" ayer. Estaba justo  dandole algunas vueltas de tuerca a este asunto de cómo acompañar a nuestros pequeños en momentos de pérdidas o despedidas sin teñirlos absolutamente con nuestra historia personal-familiar no resuelta. Fue una de esas pequeñas y cotidianas sincronicidades que tantas veces desestimamos, pero que cuando las podemos reconocer resultan ser tan enriqucedoras para el alma. Así que aquí va:

"Toda escena dolorosa necesita palabras de amor"

"Escenas dolorosas, casi todos hemos atravesado. Si revisamos nuestras infancias, encontraremos más de una: la muerte de un ser muy querido, el divorcio controvertido de nuestros padres, el accidente de un hermano, la enfermedad interminable de nuestra madrina o el cambio brusco de residencia perdiendo el contacto con amigos y vecinos. Creemos que nuestras vidas han estado signadas por esos hechos dolorosos o como mínimo, que han sido determinantes en nuestro devenir. Sin embargo muchas veces, lo más traumático no ha sido el acontecimiento en sí, sino la falta de palabras que han inundado con silencio esas situaciones sufrientes. Puede suceder que recordemos la muerte de nuestra propia madre y supongamos que todos nuestros problemas provienen de esa pérdida. Sin embargo, lo peor fue el desamparo y la soledad con el que hemos atravesado ese período, o que nadie nos haya hablado ni explicado qué es lo que sucedía, o las mentiras en las que las personas grandes se refugiaban, o la tergiversación de la realidad que nos dejaba desprovistos de comprensión y resguardo.

El aislamiento al que nos han sometido siendo niños, la dejadez y la falta de contacto emocional, es lo que verdaderamente nos ha dejado huérfanos.

No es terrible que alguien se muera. Lo terrible es dejar a un niño solo, tremendamente solo con su soledad.

Por otra parte, no hay acontecimientos totalmente negativos. Desde nuestra subjetividad, un hecho doloroso lo podemos vivir como “negativo”, pero no es verdad que objetivamente sea así. Por eso, es imprescindible que los adultos busquemos el sentido amplio y perfecto que cada suceso lleva implícito. Y ofrezcamos a los niños toda nuestra comprensión, toda la lógica e incluso toda la alegría que una pérdida trae consigo, si aprendemos a esperar. Las palabras que nombran lo que pasa, el cariño que el niño recibe aún en medio del dolor, el cuidado y la escucha; se convierten en tesoros. Al punto tal que en el futuro, el niño podrá recordar ese momento de pérdida, como el de mayor riqueza espiritual de su historia."

Laura Gutman.