miércoles, 26 de enero de 2011

Dones, creatividad y entusiasmo por la vida


“Cada uno de nosotros nace con talentos y aptitudes innatas que no se desarrollan ni se aprecian a menos que se den las oportunidades para expresarlas. Las aulas y los patios de recreo, la familia y el trabajo sólo premian y reconocen algunas destrezas. Hay muchos tipos de inteligencia y diferentes modos de ver el mundo, y sin embargo sólo se estimulan unos pocos. Hay muchos talentos distintos, pero sólo algunos son apreciados. Las juntas escolares deciden qué aprenderemos, cómo se nos enseña, y la secuencia temporal del currículo. Los padres deciden qué lecciones aprenderemos después de la clase. Si tenemos suerte, quizá algo de lo que hemos de aprender encaje con alguna de nuestras aptitudes, y en ese caso nos encantará y probablemente destacaremos en ello.
El trabajo (como la vida) que nos exige aplicar y desarrollar nuestros dones innatos resulta personalmente significativo. Un trabajo que nos interesa impone retos a nuestro crecimiento y nos facilita oportunidades de ser creativos nos sumerge de lleno en la vida.
Cuando lo que hacemos es aquello que amamos, el trabajo se convierte en expresión de nuestra verdadera naturaleza.

El entusiasmo por la vida nos atrapa cuando somos poseídos por el espíritu o la divinidad; la palabra deriva de entheos (que en griego significa “dios”). No creo que sea posible apasionarse de verdad a menos que a la vez seamos realmente nosotros mismos.

Hemos de recuperar las fuentes de placer que yacen despedazadas, olvidadas y enterradas en el inframundo. Allí podemos encontrar las semillas de la creatividad, los talentos no cultivados, los vedados anhelos, los sueños abortados y la ecuanimidad. Al iniciar el descenso, las riquezas que hallamos son partes y fragmentos de nuestro ser íntimo desmembrado, el patrimonio humano del reino simbólico y arquetípico del inconsciente colectivo.

Vivir una vida auténtica, hallarle un sentido y hacernos con un mito personal son elementos que están vinculados con el estrato arquetípico de la mente. Pero no es necesario que conozcas los nombres de tus arquetipos o que le pongas un título a tu mito: tu verdad es tu mito. Ahí es donde tú encuentras la armonía y la felicidad.

La armonía consiste en recorrer el camino adecuado y ser uno con él: desarrollar una vida apasionada y coherente con los valores personales, hacer aquello para lo que se está naturalmente dotado. La armonía consiste en permanecer con nuestra pareja, amigos o en soledad, con animales o inmersos en la naturaleza, en una ciudad, país o lugar concretos, y que nos embargue la impresión de que estamos en el lugar que nos pertenece.

La armonía consiste en experimentar una gran aflicción que corresponde a una inmensa pérdida. La armonía es una espontaneidad natural, desinhibida; la inmediatez de la risa, la irrupción del llanto. La armonía se da cuando el comportamiento y la creencia caminan juntos, cuando la vida arquetípica y la vida exterior se reflejan mutuamente y nos mantenemos fieles a nosotros mismos.

La felicidad y el regocijo nos invaden en los momentos en que habitamos nuestra verdad más alta, momentos en los que todo lo que hacemos es coherente con las profundidades arquetípicas. Es cuando nos mostramos más sinceros y confiados, y somos conscientes de que todo lo que abordemos, por trivial que parezca, es sin embargo sagrado.

(extraído de El sentido de la enfermedad de Jean Shinoda Bolen)






viernes, 21 de enero de 2011

Pan y Amor. La nutrición nuestra de cada día



Los invito a dar un vistazo a la manera en que nos nutrimos y nutrimos a otros. Para empezar reflexionemos un poquito acerca de qué significa esto hoy para cada uno de nosotr@s.
“La comida material que ingerimos, que introducimos adentro de nuestro cuerpo y que entra en contacto directo con los rincones más ocultos de nuestro ser interior, es manifiestamente análoga al origen de lo que somos y de lo que devenimos a cada instante. El hecho de procurar alimento y comer –acto que repetimos varias veces al día- es tal vez la principal actividad de todo ser viviente. A través de toda la historia de la humanidad, en todas las culturas, religiones, regiones del mundo y filosofías, lo que hacemos todos es comer. Para sobrevivir. Pero también para nutrir el flujo vital constante. Nuestro crecimiento y desarrollo espiritual están íntimamente ligados al alimento. Por otra parte, todo vínculo afectivo es también alimento espiritual. De hecho, el primer vínculo humano, es decir, la experiencia de contacto que hemos recibido –o no – en brazos de nuestra propia madre, será reflejo de prácticamente todo nuestro futuro, porque aprenderemos a nutrir a otros y a ser nutridos según los parámetros de esta primera experiencia vital.
Profundamente, no hay grandes diferencias entre alimento material y alimento espiritual. Son dos facetas del mismo principio. Nos nutrimos de pan y de amor. Nos contaminamos con insecticidas o con envidia. Por eso es análogo que contaminemos el planeta o que comamos comida energéticamente vacía.
En estas épocas de fast-food y de distancia con nuestro ser esencial, el tiempo se va convirtiendo en un bien escaso, y ya no disponemos de él para ocuparnos de las necesidades básicas ni de los placeres del cuerpo y del alma. Desatendemos la calidad de nuestras relaciones, nuestros afectos y nuestros sueños, tanto como la calidad de lo que comemos y de lo que damos de comer a nuestros hijos.
La contaminación planetaria, la distancia que zanjamos respecto a nuestros mundos interiores, la femineidad lastimada en casi todos sus aspectos y la necesidad compartida de producir más, de consumir más y de tener más dinero para seguir consumiendo, nos arroja a una realidad paradójica cuando nacen los niños. Porque a pesar de que las mujeres producimos cantidades infinitas de leche materna, que es riquísima para el bebé humano, dulce como la miel e impregnada de todo el abanico de sabores que las madres ingerimos en nuestra alimentación cotidiana, no la ofrecemos.
Cocinar y dar de comer es como dar calor y cobijo, con esa energía subterránea que se libera cuando alimentamos al otro. En el acto nutricio aparece también la femineidad ardiente colmada de sensaciones agradables y es el momento ideal para convertirlo en un ritual sagrado que nos invita a comunicar, compartir la vida cotidiana y lograr el encuentro humano.” (La revolución de las madres de Laura Gutman)
Creo que vale la pena revisar cómo nos nutrimos, por qué lo hacemos así y no de otra manera. Qué nos pasa a la hora dar y por qué necesitamos tanto recibir. Y fundamentalmente darnos la oportunidad de elegir, hoy aquí y ahora, lo más concientemente que podamos, cómo queremos vincularnos con nosotros mismos y con los demás.

domingo, 16 de enero de 2011

Mujeres que despiertan




“Ha llegado la hora de empezar. Ha llegado el momento de despertar. No esperes más. Recupera tu corazón y tu gloria. Tienes todo lo que necesitas. Bendice a otras mujeres. Recuerda que ellas y tú sois lo mismo –tus hermanas, maestras, madres, hijas-.

La mujer que llevamos dentro es diferente de la que se ve a la luz del día. Es más auténticamente sexual, más encantadora, mas resplandeciente, y sabe más. Tiende a esperar que su amado la obligue a salir de su caparazón; pero si el mundo la respetara más, no sería así. Teme que se rían de ella, salvo cuando es claramente deseada.


El crecimiento espiritual es como un parto. Te dilatas y te contraes. Te dilatas y te contraes otra vez. Por muy doloroso que sea es el ritmo necesario para lograr el objetivo de abrirse totalmente. El dolor del parto es más soportable cuando sabemos adonde nos lleva. Darnos a luz a nosotras mismas, dar a luz a nuestro nuevo yo, nuestro auténtico yo, seamos hombres o mujeres es bastante parecido a parir a un hijo. Se concibe una idea, después madura. El parto es difícil, pero tener un hijo hace que el dolor valga la pena. 

Lo mismo sucede cuando al fin vislumbramos nuestra realización como seres humanos, independientemente de que tengamos o no marido, novio, trabajo, dinero, hijos o lo que creamos necesario para prosperar y ser felices. Cuando finalmente nos acercamos a una altura espiritual real y duradera, sabemos que el dolor de llegar hasta allí ha valido la pena y que los años venideros jamás serán tan solitarios.


Creo que las profundidades de lo que somos y lo que ansiamos ser están tan inexploradas y desatendidas como una mina de diamantes subterránea. En ellas yacemos todas en estado latente. Pero a nuestro alrededor está surgiendo un brillo a través de las rocas, y empezamos a ver, conocer y compartir su luz.”

Extraído de “El valor de lo femenino” de Marianne Williamson

lunes, 3 de enero de 2011

¿Qué necesitan nuestros bebés­?



Si nuestros bebés pudieran hablar quizás esto es lo que nos dirían:
“Mamá, he llegado a ti trayendo dentro de mi alma sutil vibración de vida y en mi corazón semillas y espacio para que crezcan. Desde que estoy en tu panza te escucho, te siento, te quiero. Anhelo desde tus brazos iniciar mi aprendizaje, aquel que me llevará a crecer, caminar y volar. Soy muy sensible al entorno, necesito mucho amor. Que tú y papá me acaricien y abran su corazón al amor que yo les traigo. Que me miren, que me observen, que penetren mi mirada y comprendan mi lenguaje que está libre de palabras. Que acaricien mi cuerpo pequeño, inmaduro, dependiente y me ayuden tiernamente a crecer dentro de él. Para mí todo es diferente ahora, de cuando estaba en tu panza, de cuando vivía en el cielo, y mientras voy aprendiendo de mis nuevas experiencias necesito leer en sus caras, en su voz y en sus caricias, que me quieren, que les gusto y que disfrutan conmigo. Me encanta escuchar sonidos, yo los distingo muy bien: esa voz es de papá, la suave es de mamá. De los dos yo necesito que permitan que en mi espacio crezcan aquellas semillas que traigo en el corazón, con su afecto, sus palabras y la risa de los dos.”

Extraído de “Mamás de la Nueva Era” de Adela Aguirre


Muchas veces las mamás nos preguntamos qué es lo que tenemos que ofrecerles a nuestros pequeños para que crezcan sanos, fuertes y felices y generalmente las recomendaciones, señalamientos y teorías de todo tipo nos desorientan con tanta información.

Desde mi experiencia personal y profesional creo que lo más esencial para poder satisfacer las necesidades de un bebé es conectar con nuestra intuición femenina y no tanto con nuestra racionalidad y nuestros saberes intelectuales. Claro que no siempre es fácil. La mayoría de nosotras no estamos acostumbradas a darle crédito a este modo sutil de percepción de la realidad porque socialmente está desvalorizado y nos entrenan desde muy chicas para desoírlo.
Si una mujer está lo suficientemente acompañada y sostenida es capaz de sentir en sí misma las sensaciones de su bebé. Existe una comunicación a nivel energético, no verbal, tan profunda como maravillosa entre esos dos seres que hace poquito habitaban un mismo cuerpo.
La llegada de un hijo siempre es una nueva oportunidad que nos regala la vida para redescubrirnos como mujeres, revisar antiguas creencias, deshacer prejuicios, volver a nuestras raíces, crecer, madurar, expandirnos y evolucionar. De nosotras depende aceptar o no el desafío.