viernes, 21 de enero de 2011

Pan y Amor. La nutrición nuestra de cada día



Los invito a dar un vistazo a la manera en que nos nutrimos y nutrimos a otros. Para empezar reflexionemos un poquito acerca de qué significa esto hoy para cada uno de nosotr@s.
“La comida material que ingerimos, que introducimos adentro de nuestro cuerpo y que entra en contacto directo con los rincones más ocultos de nuestro ser interior, es manifiestamente análoga al origen de lo que somos y de lo que devenimos a cada instante. El hecho de procurar alimento y comer –acto que repetimos varias veces al día- es tal vez la principal actividad de todo ser viviente. A través de toda la historia de la humanidad, en todas las culturas, religiones, regiones del mundo y filosofías, lo que hacemos todos es comer. Para sobrevivir. Pero también para nutrir el flujo vital constante. Nuestro crecimiento y desarrollo espiritual están íntimamente ligados al alimento. Por otra parte, todo vínculo afectivo es también alimento espiritual. De hecho, el primer vínculo humano, es decir, la experiencia de contacto que hemos recibido –o no – en brazos de nuestra propia madre, será reflejo de prácticamente todo nuestro futuro, porque aprenderemos a nutrir a otros y a ser nutridos según los parámetros de esta primera experiencia vital.
Profundamente, no hay grandes diferencias entre alimento material y alimento espiritual. Son dos facetas del mismo principio. Nos nutrimos de pan y de amor. Nos contaminamos con insecticidas o con envidia. Por eso es análogo que contaminemos el planeta o que comamos comida energéticamente vacía.
En estas épocas de fast-food y de distancia con nuestro ser esencial, el tiempo se va convirtiendo en un bien escaso, y ya no disponemos de él para ocuparnos de las necesidades básicas ni de los placeres del cuerpo y del alma. Desatendemos la calidad de nuestras relaciones, nuestros afectos y nuestros sueños, tanto como la calidad de lo que comemos y de lo que damos de comer a nuestros hijos.
La contaminación planetaria, la distancia que zanjamos respecto a nuestros mundos interiores, la femineidad lastimada en casi todos sus aspectos y la necesidad compartida de producir más, de consumir más y de tener más dinero para seguir consumiendo, nos arroja a una realidad paradójica cuando nacen los niños. Porque a pesar de que las mujeres producimos cantidades infinitas de leche materna, que es riquísima para el bebé humano, dulce como la miel e impregnada de todo el abanico de sabores que las madres ingerimos en nuestra alimentación cotidiana, no la ofrecemos.
Cocinar y dar de comer es como dar calor y cobijo, con esa energía subterránea que se libera cuando alimentamos al otro. En el acto nutricio aparece también la femineidad ardiente colmada de sensaciones agradables y es el momento ideal para convertirlo en un ritual sagrado que nos invita a comunicar, compartir la vida cotidiana y lograr el encuentro humano.” (La revolución de las madres de Laura Gutman)
Creo que vale la pena revisar cómo nos nutrimos, por qué lo hacemos así y no de otra manera. Qué nos pasa a la hora dar y por qué necesitamos tanto recibir. Y fundamentalmente darnos la oportunidad de elegir, hoy aquí y ahora, lo más concientemente que podamos, cómo queremos vincularnos con nosotros mismos y con los demás.

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