viernes, 1 de abril de 2011

Hacer el cierre



“Todo tiene un comienzo, un medio y un final. Los comienzos requieren energía y creatividad; en el medio hace falta perseverar y seguir hasta el final. Los finales exigen el coraje de llevar las cosas conscientemente a un cierre. De disfrutar de lo realizado y, luego, soltarlo.


Las personas que están llenas de ideas y energía tienden a lanzar nuevos planes con brío y entusiasmo, ansiosas de enfrentar el desafío de una nueva aventura. Al principio todo va bien, pero después de la etapa del desarrollo, cuando ya se instala la rutina y hace falta perseverancia, el sentido de diversión y excitación pronto desaparece. Les resulta difícil permanecer motivadas.


Otros quizá no quieran asumir la responsabilidad de emprender algo por su cuenta, pero están dispuestos a apoyar un plan ajeno. Son los hacedores, con capacidad de permanecer motivados, de perseverar, de realizar un seguimiento y asegurarse de que las cosas funcionen. Manejan todo tipo de dificultades, tienen un nivel de energía estable y son capaces de ejercer la creatividad dentro de una estructura determinada.


Una vez concluida la etapa del desarrollo, el proyecto entra en la recta final, que para muchos es la etapa más exigente. Para un cierre adecuado hace falta tiempo, energía, resistencia y, sobre todo, cuidado. Cuando se acerca el final nos enfrentamos con la verdad de la impermanencia. Sea cual fuere la situación –el final de un club, de un trabajo o negocio, de una relación o de una época- el saber que todo llega a su fin, incluidos nosotros, se nos impone a pesar de nuestros intentos por ignorar el mensaje.


Si bien nos enfrentamos a esta verdad de muchas maneras diferentes, todavía nos resistimos al conocimiento de la transitoriedad. Si se vislumbra algo nuevo en el horizonte, es muy tentandor saltearse el cierre y correr al encuentro del próximo desafío. Y, a la inversa, si nada nuevo se avecina podemos insistir con las viejas rutinas aunque estas ya no resulten eficaces, simplemente por temor. En cualquiera de estos dos casos falta el cierre, y el resultado será el arrepentimiento. (…)


No siempre se puede llegar a una conclusión feliz, y el cierre ideal no existe. No obstante, cada vez que se termina una etapa de la vida vale la pena tomarse el tiempo para reflexionar sobre lo ocurrido, si es posible con las demás personas involucradas. Puede ser tentador ignorar el final, pero al hacerlo perdemos la oportunidad de llevarnos lo valioso de esa etapa a la siguiente. Sin cierre, nos arriesgamos a perder parte de nuestra memoria.


La impermanencia es una hecho de la realidad, uno de los más dolorosos y bellos a la vez. En su belleza, la impermanencia nos permite avanzar y al mismo tiempo conservar lo que atesoramos. Una época que terminó adecuadamente se puede recordar en toda su plenitud, sin ansiedad ni arrepentimiento. Tales recuerdos, conocimientos y sentimientos encienden y alimentan nuestra vida; pasan a ser parte de nosotros mismos.”


(extraído de “Vivir sin arrepentimiento” de Arnaud Maitland)



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