martes, 27 de octubre de 2009

La enfermedad y sus preguntas


Cuando me recibí de psicóloga, mi trabajo de investigación final fue acerca del acompañamiento a enfermos terminales. En aquellos tiempos me interesaba indagar desde distintos enfoques teóricos el fenómeno del morir con sus múltiples implicancias a nivel físico, psíquico, emocional, socio-cultural, espiritual; y a la vez proponer una mirada más amplia dentro del ámbito psi académico.
Entré por esa puerta. Pero lo que fundamentalmente me inquietaba, desde muy pequeña, era la pregunta por el sentido de la vida. Mi búsqueda apuntaba a movilizar algún replanteo existencial más profundo que, en ocasiones como la de una muerte cercana, se vuelve casi ineludible.

Investigando acerca de diferentes tratamientos psicoterapéuticos para pacientes con cáncer, descubrí, entre otros, a un investigador y psicólogo clínico, Le Shan, que luego de treinta y cinco años de trabajo con estos pacientes y sus familias, describió cómo el cambio psicológico en conjunto con el tratamiento médico, era capaz de estimular la curación de un sistema inmunitario puesto en peligro. 
Hay muchísimos trabajos acerca de este tema que me resulta apasionante y están muy difundidos acerca de personas que lograron mejorías importantes y hasta remisiones espontáneas, pero lo que quiero rescatar son las preguntas que él le hacía a sus pacientes:


¿Qué tipo de vida haría que te gustara levantarte por la mañana y acostarte “agradablemente cansado”a la noche?


¿Qué es lo que más te animaría y entusiasmaría en la vida?


¿Qué tipo de vida imaginas que daría cauce a todas tus potencialidades, y con la que estarías en armonía física, psíquica y espiritualmente?


¿Qué estilo de vida supones que sería afín a tu ser?


¿Cómo vivirías si pudieras hacer que el mundo conspirara a tu favor?


¿Nos animamos a planteárnoslas? ¿O las descartamos de antemano por idealistas, utópicas o banales? A veces vamos por la vida creyendo que no tenemos opción. Personalmente, y más allá de qué dolorosa historia personal provengamos, creo que siempre es posible y vale la pena intentar responderlas. Por lo menos alguna vez, voluntariamente. Ponernos una mano en el corazón e indagar en el viejo arcón de nuestros deseos escondidos, allá en el fondo, para ver qué tienen para decirnos, hacia dónde nos impulsan. Es un viaje apasionante que podemos emprender solos o de la mano de algún maestro, amigo o terapeuta. 
Y una vez que los hayamos podido reconocer y validar como propios, ir haciéndoles un pequeño lugarcito en nuestra agenda cotidiana, antes de que la enfermedad -o el destino- nos las formule “inesperdamente”.

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