miércoles, 16 de septiembre de 2009

En el filo de la navaja


El título de esta entrada lo tomé de un libro maravilloso acerca de las relaciones de pareja de John Wellwood que se llama "Amar y despertar". Una joyita para aquellos que un buen día nos embarcamos en esta aventura de formar una pareja, intentando amar verdadera y profundamente a un otro sin morir en el intento.

Como ya casi todos sabemos, el nudo de nuestros dramas actuales comienza en la primera infancia, cuando en mayor o menor medida nos vemos empujados a cerrar gran parte de nuestro ser para establecer residencia en un pequeño espacio, en una sola habitación. Nuestro ego o personalidad condicionada no es otra cosa que una estrategia de adaptación a un mundo que parece no apoyar lo que realmente somos.

Wellwood lo explica así:
“Como una manera de defendernos contra el miedo de no ser nadie, por ejemplo, podríamos tratar de vernos grandes y duros. Decirnos a nosotros mismos, 'Este es quien soy: alguien que no tiene miedo, alguien que puede manejar cualquier cosa'. Si no somos capaces de manejar nuestro dolor o nuestra tristeza, podríamos desarrollar la identidad de 'una persona entusiasta y optimista', alguien que está por encima de tales sentimientos. O si nuestra necesidad de amor ha sido frustrada, podríamos construir una fachada que simule que no tenemos ninguna necesidad. Finalmente empezamos a creer que realmente no necesitamos amor. Y tales creencias crean una imagen distorsionada de la realidad: que es como un soñar despiertos o caer en un trance en el que llegamos a vivir.”

Así es como, en el mejor de los casos, llegamos a crear nuestro capullo protector en el que a lo largo de los años nos sentimos a salvo. Pero al mismo tiempo ese falso yo fabricado con imágenes congeladas y distorsionadas de nosotros mismos se vuelve una prisión, una jaula espiritual. Desde allí adentro se vuelve difícil enterarnos de quiénes somos realmente, poder expandirnos y vivir más libremente. Esa personalidad condicionada siempre oculta una sensación de deficiencia, de pérdida de contacto con nuestra totalidad y profundidad, con el sentido y la magia de la vida.

De modo que nos empeñamos en establecer nuestro valor a través del tener y el hacer: “Tengo, luego soy. Hago, luego soy”. Y así vamos por la vida...teniendo y haciendo. Y no importa cuánto tengamos ni cuanto hagamos, esa vieja y conocida sensación de vacío y frustración que logramos mantener a raya con tanta actividad, tarda poco tiempo en reaparecer como manchas de humedad en la pared. Finalmente muchos de nosotros imaginamos que si encontrasemos a alguien a que nos ame y a quien amar, a esa persona única hecha a nuestra medida naranja, ella ó él llenaría nuestro vacío y todo estaría en su lugar.


Cuando ese ser tan anhelado aparece en escena, se produce el sacudón. El alma se nos expande. Como dice Wellwood:
“Las puertas de nuestro piso de una sola habitación se abren de pronto y nos sentimos excitados ante la posibilidad de volver a habitar el gran palacio de nuestro ser. Sin embargo, algo nos detiene en el umbral. No hay luces encendidas en las desatendidas habitaciones y corredores del palacio. Hay telarañas en las esquinas ¿y quién sabe qué mas?”
Entonces nos quedamos parados ahí frente a la puerta de esas partes de nosotros mismos que desconocemos, frente a las que nos sentimos totalmente inexpertos y vulnerables. Tememos convertirnos en pequeñ@s dependientes y necesitados y esta contradictoria sensación de querer avanzar, dar ese salto es tan excitante como amenzadora. Una parte de nosotros quiere expandirse, abandonar viejas identidades limitantes y la otra quiere retroceder y se encoje ante lo nuevo. Quién sabe cuánto tiempo podemos permanecer ahí, en el límite de lo desconocido, en la frontera de una manera completamente nueva de ser, al filo de la navaja.

Continuará..

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