miércoles, 2 de septiembre de 2009

La impermanencia


Uno de los temas con los que desde muy chica me vi confrontada, al igual que muchos niños que pierden a algunos de sus padres, es el de los finales y las pérdidas. Más tarde, de uno u otro modo, el asunto este de la muerte, anduvo merodeando en repetidas circunstancias de mi vida. Y después de muchos años (con muchas lágrimas, muchas terapias y muchoas abrazos) de darle infinitas vueltas a la rosca, logré ir vislumbrando, tímida y silenciosamente, el otro rostro del fantasma.

Esa otra cara de la impermanencia que tiene que ver con la posibilidad concreta de vivir, en esta vida y en esta Tierra, menos neurótica y más plenamente. De trascender el dolor una vez que dejamos de huirle, lo sentimos y lo miramos bien de cerca. Puede que lo aceptemos o no, pero detrás de todos nuestros miedos se esconde el más grande y negado: el miedo a la muerte. A la pérdida final, a la disolución de este “yo” que tanto esfuerzo nos llevó armar y defender, contra viento y marea, y que pacientemente y trabajosamente fuimos puliendo a lo largo de nuestros años de existencia. Yo y lo mío. Cómo me duele, todo el tiempo y a cada rato, la idea de perder cualquier cosa que sea parte de mí. Desde una lapicera, "porque era mía”, hasta mi billetera, mi perro, mi amig@, mi auto, mi tiempo, mi belleza, y esa lista infinita de objetos/personas/circunstancias que fuimos laboriosamente incorporando a nuestro haber. Y está bien que las tengamos. Es realmente placentero hacer uso y disfrutar de esas maravillosas cosas y cada una de las experiencias que nos posibilitan tener.

La cuestión es cuánto nos aferramos. Si es con uñas y dientes....estamos en problemas.
Hay un experimento para trabajar con los cambios que está lindo para pensar esto del aferrarse:

Tome una moneda. Imagínese que representa el objeto al cual usted se aferra. Enciérrela en el puño bien apretado y extienda el brazo con la palma de la mano hacia el suelo. Si ahora abre el puño o afloja su presa, perderá aquello a lo que se aferra. Por eso está apretando.
Pero hay otra posibilidad: puede desprenderse y aún así conservarla. Con el brazo todavía extendido, vuelva la mano hacia arriba de forma que la palma quede hacia el cielo. Abra la mano y la moneda seguirá reposando sobre la palma abierta. Ha dejado de aferrarse. Y la moneda sigue siendo suya, aún con todo ese espacio que la rodea.

Así pues, existe un modo en que podemos aceptar la impermanencia sin dejar de disfrutar de la vida, todo al mismo tiempo, sin aferrarnos.

Si de vez en cuando y a modo de ejercicio zen, profundizáramos un ratito en lo inevitable de todas las pequeñas-grandes pérdidas con las que, tarde o temprano nos vemos confrontados, una y otra vez, quizás podríamos aflojar algo de la lucha por retener aquello que hoy está y mañana.. ?? Y esto no tiene por qué volvernos nihilistas, ni fríos, ni desinteresados. Todo lo contrario. Llevado a fondo, este pensamiento puede ser un punto de giro, una rajadura en el tejido que nos filtra la realidad tal como estamos acostumbrados a mirarla. Y permitirnos ir por la vida un poquito más livianos (no traducir “light”), menos conflictuados (o contracturados), más en sintonía con el presente, con lo que sucede, momento a momento.

En este mismo instante tenemos la capacidad de cambiar el curso de nuestros pensamientos y enfocarlos hacia eso que nos hace vibrar, nos inspira y nos conecta con la esencia de nosotros mismos. Suena muy simplista? No lo es. Se trata de intentarlo. Como en las cadenas de emails que prometen sorpresas y deseos cumplidos en x días enviando el mensaje a x personas, “si no lo hacés, nunca sabrás”.

1 comentario:

Ariel dijo...

Esta muy bueno el ejercio que propones de sostener la moneda. Y pensaba a su vez que: empleo un monton de energia pretendiendo poseer esa moneda siempre. No es lo mismo tener la mano abierta que tenerla cerrada. Al tenerla abierta no solo la tengo y la disfruto si no que estoy dispuesto a recibir aun más.