sábado, 3 de octubre de 2009

Alimentación, arte y transformación



Hoy, como cada vez que un suceso cotidiano relanza algún tema histórico en mi vida y me deja cric cric... recapitulando... volví a mi biblioteca para desempolvar “aquel” librito rojo, subrayado vaya a saber en qué época.
La alimentación es una de esas temáticas que me "ocupó" durante muchos años. Ya en la adolescencia en medio de búsquedas y rebeldías propias de la edad y más tarde siguiendo al bichito de la curiosidad que insistentemente me picaba, fui metiendo las narices en las medicinas alternativas siempre con el afán, como canta Diego Torres, de tratar de estar mejor.


Uno de los libros que me abrió mucho el panorama en aquellas épocas exploradoras fue “Entrenamiento para la vida” del Dr. Juan M. Rey. Se trata de una propuesta integral de Medicina Energética creada por un médico argentino, en base a la Macrobiótica como filosofía de vida que apunta a ampliar la conciencia y favorecer un proceso evolutivo en el ser humano.

En uno de los capítulos Rey compara a la alimentación conciente con la poesía. Como cualquier expresión artística esta nace del delicado equilibrio entre razón e intuición. Personalmente creo que en toda transformación profunda es necesaria esa dosis de arte, de locura (para este sistema en el que vivimos), de ese plus que sobrepasa a lo racional-lógico-esperable y que cuando lo encontramos, nos exalta el corazón. El autor lo dice así:

“La alimentación es el primer acto, la primera urgencia del hombre. Sigue en primer plano en cuanto a necesidad de subsistencia, pero se ha olvidado su sentido profundo. Mas no sólo la comida es alimento. También lo es el aire que respiramos, las impresiones, las emociones, cualquier tipo de intercambio con el medio ambiente. El equilibrio resultante de una correcta administración, es lo que precisamente desembocaría en la posibilidad de creación del ideal de todo gran artista: la transformación de la vida en poesía.

No sólo es enfermedad la gripe, sino también la envidia, la avaricia, la represión, todo lo que daña el espíritu. La Macrobiótica invita a vivir poéticamente, es una forma de vida en la cual uno tiene la posibilidad de adentrarse cada vez más en las cosas para “ver” más. Enseña a morir cada noche y a nacer cada día, a encontrar un punto sobre el alambre del equilibrista donde todo está bien: uno acepta porque ve el Orden del Universo en acción, uno no se resiste más porque comprendió por fin que no hay nada de más ni de menos, cuando las cosas se ven desde un especial punto de equilibrio.

La poesía es un equilibrio exquisito y delicado entre intuición y razón. El acto poético es una revelación, un crecimiento del nivel de conciencia que ayuda a despertar. El entrenamiento del cuerpo y de la mente en simpleza y despojamiento origina una tensión en la línea que separa individuo y ambiente, vida y muerte. Nuestra formación occidental hace que el hombre primero se individualice y fortalezca su ego. Pero llega un punto en el que necesita negarse a sí mismo y afirmar al Universo. En la alimentación y en la forma de vida correctas se tiende a buscar el punto medio entre lo individual y lo universal (…)

El momento de la comida es sagrado. Lo fue en la antigüedad y lo siguió siendo después. Para el oriental, el alimento representa la divinidad, ya que contiene la potencia creadora. La semilla encierra simultáneamente pasado, presente y futuro. El hombre se relaciona con lo que lo rodea a través del tubo digestivo, que embriológicamente es igual a la piel. Esto es importante porque el acto de comer puede ser un momento de relación conciente con el medio externo.
Lo que ingerimos se transformará en sangre y células propias (…) Lo importante es tomar conciencia de que comer es un acto creativo, capaz de desencadenar a su vez una sucesión de actos creativos. El hombre funciona como un pequeño laboratorio donde se realiza la alquimia de la vida, la transmutación de los reinos mineral, vegetal y animal en humano. Pero la pregunta es: ¿Qué calidad de humano? ¿A qué nivel evolutivo se quiere pertenecer?"

Suele decirse que “somos lo que comemos” y también: lo que pensamos, lo que escuchamos, lo que leemos, lo que miramos, lo que sentimos en la piel y en las entrañas en cada encuentro con los otros. Detenernos a observar, evitando juzgar rápidamente, sólo mirar e intentar comprender cuál es ese input, qué (o con qué?) nos damos cada día, desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que los volvemos a cerrar para irnos a dormir, puede ser un paso enorme hacia una verdadera transformación.

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