domingo, 1 de mayo de 2011

Una travesía del alma


Como humanidad estamos camino hacia una nueva conciencia. Lo admitamos o no, estemos haciendo algo al respecto o mirando otro canal, la necesidad de una transformación profunda y, por momentos radical, se nos presenta a todos de una forma u otra, cada vez con más intensidad.

Uno de los lugares más sacudidos por los vientos de cambio son las relaciones íntimas, particularmente los vínculos hombre-mujer. Muchos de nosotros venimos de un largo camino en busca del “amor”. La pasamos bastante mal, sufrimos más de la cuenta, nos equivocamos una y otra vez aplicando las mismas estrategias hasta que un día, un faro se encendió allá a lo lejos y decidimos cambiar de rumbo y partir al encuentro de otras posibilidades.
Desde mi experiencia personal y profesional como terapeuta, creo que en temas amorosos, de pareja, de vínculos íntimos y a largo plazo es necesario llegar a un punto de inflexión en el cual nos cansamos de padecer. Es cuando con una mano en el corazón y desde lo más profundo de nosotros mismos decimos: "basta", "esto no lo quiero más" y entonces estamos verdaderamente dispuestos, decididos y abiertos a cambiar de actitud y explorar nuevos horizontes.
No es ninguna novedad, la mayoría de nosotros provenimos de historias amorosas primarias fallidas. No es que nos haya faltado necesariamente amor de nuestros padres o quienes nos criaron, en general todos tenían buenas intenciones pero no supieron hacerlo de otra manera, hicieron lo mejor que pudieron con lo que eran y lo que tenían para ofrecer. A amar conciente y profundamente, se aprende. O mejor, se reaprende. Es una tarea, a mi modo de ver, impostergable para tener una vida plena y feliz, aquí en este mundo, más allá de las circunstancias con sus vaivenes inevitables y humanos.
Para llegar a ese tan anhelado encuentro amoroso con un otro, a ese cruce de caminos que nos une a otra alma por un largo tiempo, primero tengo que ser capaz de encontrarme conmigo mismo/a. Es preciso que tenga una mínima idea de quién soy, de dónde vengo, qué quiero sinceramente hoy para mi vida. Esto que parece simple, puede llevarnos toda una vida. A veces estas preguntas van calando nuestra personalidad y podemos ir sacando capas y más capas, como en una cebolla, para acercarnos suave y cuidadosamente al nudo de ese viejo dolor que nos mantiene alejados de un amor real, aquí y ahora.
Cada día más hombres y mujeres, de diferentes edades, con distintas experiencias de vida se están animando a preguntarse cómo hacer para volver a encontrarse, para sanar esas heridas que tantas marcas dejaron en sus corazones como barreras en sus mentes. Cada día somos más las mujeres y los hombres decididos a dejar de ser espectadores somnolientos para convertirnos en lúcidos protagonistas de nuestras propias vidas. El trabajo -psicológico y espiritual- sobre nosotros mismos es el punto de partida de un viaje en el que nunca sabemos a ciencia cierta a dónde llegaremos. Sin embargo, en determinado momento, algo en nuestro interior nos impulsa irresistiblemente a embarcarnos.
Hoy quiero dedicarle este fragmento de “Fuego en el cuerpo” de Sam Keen a los varones, a todos esos hombres maravillosos que con tanta valentía y firmeza están abriéndose paso desde el centro de su esencia masculina para ir a nuestro encuentro, en esta travesía del alma.


“La mayoría de los hombres en cualquier sociedad se somete a los ritos de tránsito convencionales, gana la insignia de la masculinidad y se queda relativamente satisfecho. En épocas tranquilas la mayor parte de los hombres y de las mujeres no se hace preguntas importantes sobre su identidad; han sido marcados, adoctrinados y gobernados por estereotipos, modelos de conducta, imágenes heroicas y por la ideología convencional. (…) La mayor parte de la gente es relativamente inconsciente de las fuerzas que dan forma a su identidad.
Sin embargo, en toda sociedad hay hombres y mujeres extraordinarios que, por distintas razones, se apartan del consenso social, quebrantan las normas y desafían al status quo. Estos iconoclastas –profetas, rebeldes, revolucionarios, reformistas, chamanes, visionarios, místicos, artistas, locos, genios- agitan las aguas y perturban a la mayoría, pero dan a la sociedad nuevas energías creativas y suelen pagar muy caro el constituirse en la vanguardia de las nuevas formas de ser. Con frecuencia son solitarios, dolorosamente autoconscientes y más fuertes y más raros que las personas promedio.
En épocas turbulentas sólo hombres y mujeres extraordinarios cuestionan la noción de realidad socialmente aceptada, pero en tales momentos, el número de estos hombres y mujeres aumenta. Esta es, por supuesto, la situación actual, cantidades de personas reflexionan sobre los valores y las visiones con que viven mientras las naciones superdesarrolladas llegan al fin de la era industrial y las naciones subdesarrolladas comienzan a industrializarse. La proporción de cuestionadores, a nivel mundial, nunca fue tan grande como ahora. Hemos entrado en una época de grandes disturbios y de gran creatividad; la mayoría “normal” va haciéndose cada vez más reaccionaria en un esfuerzo por conservar los valores de una era que agoniza y la vía heroica se llena de individuos que buscan el camino hacia un futuro más esperanzado.”

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